elogio galletiteril (?)
muchos son los que saben de mi adicción, pasión, obsesión, por las galletitas oreo.
estas galletas están en mi santoral de comida chatarra, las venero como a dioses paganos, y recurro a ellas cuando estoy falta de inspiración, o cuando quiero llenar el vacío que provoca en mí el aburrimiento, o simplemente cuando tengo hambre.
adoro ver mis dientes reflejados en el espejo, llenos de miguitas negras que prontamente remuevo con la ayuda de mi cepillo dental... esas miguitas que dan testimonio de que por ahí pasó una legión de oreos dispuestas a autosacrificarse en pos de mi satisfacción estomacal.
son ideales para el desayuno, junto a una buena taza de leche chocolatada bien fría en verano, o acompañando un delicioso café con leche o (dios lo permita!!) un espumoso cappuccino en invierno. son ideales para todo momento, en realidad, y comerlas se convierte en un ritual casi casi sacrosanto, en el que hay que hacer todo para que el sabor de la galletita perdure... dos o tres, no más, para no empalagarse (aunque doy fe de que una sola persona se puede terminar un paquete entero en una tarde).
y esas son las oreos comunes... ni hablar de las que vienen bañadas en apetitoso chocolate, que son el summum de las galletitas, la crema y nata de la cookie society, el éxtasis de los golosineros como yo. pero ese ya es material para otro post.
estas galletas están en mi santoral de comida chatarra, las venero como a dioses paganos, y recurro a ellas cuando estoy falta de inspiración, o cuando quiero llenar el vacío que provoca en mí el aburrimiento, o simplemente cuando tengo hambre.
adoro ver mis dientes reflejados en el espejo, llenos de miguitas negras que prontamente remuevo con la ayuda de mi cepillo dental... esas miguitas que dan testimonio de que por ahí pasó una legión de oreos dispuestas a autosacrificarse en pos de mi satisfacción estomacal.
son ideales para el desayuno, junto a una buena taza de leche chocolatada bien fría en verano, o acompañando un delicioso café con leche o (dios lo permita!!) un espumoso cappuccino en invierno. son ideales para todo momento, en realidad, y comerlas se convierte en un ritual casi casi sacrosanto, en el que hay que hacer todo para que el sabor de la galletita perdure... dos o tres, no más, para no empalagarse (aunque doy fe de que una sola persona se puede terminar un paquete entero en una tarde).
y esas son las oreos comunes... ni hablar de las que vienen bañadas en apetitoso chocolate, que son el summum de las galletitas, la crema y nata de la cookie society, el éxtasis de los golosineros como yo. pero ese ya es material para otro post.
loadas sean, entonces, mis beneméritas oreos.
may their production never end.